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Marruecos VI: Essaouira

20 Jul

4º y último capítulo de esta primera serie de viajes, centrada en el país vecino del Magreb. Tras recorrer la ciudad, el Atlas y el Sáhara Marroquí, nos disponemos a descubrir su vertiente marítima, la costa Atlántica. Tras un intento fallido de desplazarnos esta vez en autobús público, la restricción de horarios nos obligó una vez más a reservar una excursión planificada desde el hotel hacia Essaouira.

Las cabras arborícolas de la Argania

Essaouira, a unos 200 km en línea recta de Marrakech, es la ciudad costera más cercana. Antigua colonia Portuguesa, Essaouira aún conserva una atmósfera colonial y portuaria, manifestada en su arquitectura y el entramado de sus calles, mucho más ordenado y similar al de las ciudades marineras del sur de Europa.

El trayecto hacia Essaouira transcurre a través del paisaje llano y agrícola de la Argania, región famosa por el cultivo del Argán, árbol de porte similar al olivo y de cuyo fruto, similar a la almendra, se extrae un aceite al cual se le atribuyen numerosas propiedades tanto alimenticias como medicinales o estéticas. Nuestro microbús se detuvo delante de un campo de Arganes, en cuyas ramas pudimos ver como las cabras, con sorprendente equilibrio, ramoneaban desafiando a la gravedad y arriesgándose a una caida de varios metros hacia el suelo. Más adelante, el camino alcanzaba una fábrica de aceite de Argán, donde pudimos ver como su elaboración, 100% manual, era labor destinada a las mujeres exclusivamente, las cuales machacaban y molian las almendras de argán hasta extraer el valioso aceite.

El Atlántico, bañando la playa de Essaouira

Tras regresar al microbús, éste ya no se detuvo hasta llegar a Essaouira, donde nos dejó al pie del puerto. Inmediatamente nos dirigimos hacia las murallas que rodean el centro histórico de la ciudad, un entramado de callejuelas y plazas con edificios altos de paredes blancas y amplios portales. Nuestro paseo por el interior de las murallas transcurrió entre mil y un bazares, fruterias y tiendas de artesanía local, hasta que llegamos a un mirador, con una vista privilegiada del océano atlántico. A la hora de comer, nos dirigimos al puerto, donde se localizan varios restaurantes especializados en pescado. Como siempre, hay que ir con cuidado con el precio y regatear si es necesario. Sin embargo vale la pena por la calidad del pescado y el marisco de la zona.

La tarde transcurrió sin sobresaltos. Volvimos al centro histórico, donde realizamos algunas compras y nos detuvimos en una plaza, cercana al mar, para degustar nuestro último té a la menta. En ese momento pudimos ver que, en realidad, estábamos rodeados de turistas, pero un turismo diferente, especializado en el surf. En Essaouira, además, se celebra un festival de música Africana que atrae a un gran número de visitantes extranjeros cada verano.

Calles de intramuros

Finalmente, volvimos al microbús y de ahí a Marrakech. Al dia siguiente, mis otros 2 compañeros de viaje regresaron a casa, mientras que yo me quedé un dia más en Marrakech, que aproveché para dar mi último paseo por la ciudad y para cenar con la pareja de amigos con quienes nos tomamos las uvas.

En definitiva, Marruecos es un destino muy recomendable incluso para el principiante. Os podreis comunicar en castellano principalmente con taxistas, algunos comerciantes y trabajadores del Hotel pero al salir de Marrakech os será más útil hablar Francés e incluso algo de Árabe. Otro asunto importante es el dinero: 200 euros dan para 6 dias en Marruecos, aunque no os sobrará mucho dinero. Quizás 250 euros sea más apropiado para evitar imprevistos como por ejemplo, no tener suficiente dinero para coger un taxi hacia el aeropuerto y depender del imprevisible autobús urbano. Otro consejo es salir hacia el aeropuerto con tiempo, ya que en el control de pasaporte se generan colas importantes, además de en facturación. Sin embargo, no hay mucho más que tener en cuenta, Marruecos es un país seguro si uno hace uso del sentido común y de la lógica. Un país para descubrir.

Marruecos III: Zagora

17 Jul

Poblado Bereber del Atlas medio

Tercer dia en Marruecos, ecuador de nuestro viaje y nos encontramos rumbo al oasis de Zagora, un punto verde en la inmensidad del desierto del Sahara, a 8 horas de viaje de Marrakech. Durante el trayecto en microbús atravesamos el Atlas, con sus picos nevados y extensos bosques en la vertiente norte, deteniéndonos en varias ocasiones para admirar el paisaje y tomar fotos, hasta que, de la nada, aparecían los oportunistas, por lo general vendedores de artesanía o simplemente merodeadores en busca de hacer dinero rápido y fácil con cualquier curiosidad vendible. Tras superar las cimas del Atlas medio, pasamos a la vertiente sur, mucho más seca debido al efecto pantalla que ejerce la cordillera, impidiendo que las lluvias alcancen el sur, condenado a la sequía. La geología sin embargo es mucho más impresionante, pues predomina un paisaje rocoso repleto de cañones, algunos tan impresionantes como el archiconocido cañón del colorado.

Zagora

Finalmente, llegamos a la planicie infinita, salpicada por acacias y palmeras, cada vez más concentradas en los escasos abrevaderos y wadis(lechos de río secos). De repente, la puerta del desierto se manifiesta en la ciudad de Ouarzazate, un punto clave de la indústria cinematográfica Marroquí, donde se localizan los estudios de cine en los que se han rodado grandes producciones como Troya o Cleopatra. En Ouarzazate nos detuvimos y empezamos a explorar la ciudad, sobretodo la zona de la Kasbah. Al recorrer sus callejuelas nos dimos cuenta que no pasábamos demasiado desapercibidos y éramos objeto de todas las miradas, muchas desde luego veían negocio en nuestra presencia. Esta situación nos impidió caminar tranquilamente así que decidimos meternos en el primer restaurante que encontramos, donde nos dispusimos a comer nuestro enésimo tagine. Al reanudar nuestro rumbo, el microbús era un horno, la temperatura al sur del Atlas el 1 de enero es digna de Almería en Junio y si a eso le unimos un microbús abarrotado de gente y un casette cuyas 3 canciones no paran de sonar cíclicamente durante horas, el trayecto se hace un poco insoportable, si no fuera que ya nos encontramos a un paso de nuestro destino. Y así fue, casi sin percatarnos, llegamos a Zagora, con su esencia de aldea de las mil y una noches. A pocos metros del microbus, una caravana de dromedarios nos esperaba para llevarnos a las Jaimas, las tiendas

Caravana de dromedarios

donde ibamos a pasar la noche, una noche en pleno desierto. La ilusión fue transformandose en incomodidad y finalmente en indiferencia por el roce de la montura del dromedario. Tras atravesar el palmeral del famoso oasis, llegamos a un campo de dunas, en medio del cual se disponia nuestro campamento. La noche llegó de repente y con ella el frío, un shock térmico considerable, pues hicimos cuenta de todas nuestras capas y abrigos para resguardarnos. Una vez instalados, nos dispusimos a cenar con nuestros compañeros de tienda, una curiosa mezcla de estadounidenses, italianos, rusos y españoles, compartiendo sopas marroquíes y tés a la menta. A medianoche, nuestros anfitriones bereberes prepararon una hoguera y alrededor del fuego pudimos disfrutar del ritmo del tambor y los cánticos, momento místico que se veria interrumpido por las risas, cachondeo y ganas de porros en general de algunos de nuestros compañeros de campamento.

Amanecer en el desierto

A la mañana siguiente, tras admirar el amanecer en el desierto y desayunar nuestro té, volvimos a tomar nuestros dromedarios y deshacer el camino recorrido la tarde anterior, de nuevo hacia el microbús. En el camino de vuelta volvimos a detenernos en Ouarzazate para comer, esta vez fuimos directamente a una terraza junto a unos compañeros de Jaima, también españoles. Saliendo de Ouarzazate, nos detuvimos en un nuevo lugar, muy recomendable, Ait Ben Haddou, una ciudadela medieval situada sobre una colina, surcada a sus pies por un río que superamos cómodamente saltando entre sacos de arena colocados a modo de sendero. Nuestro objetivo básicamente era alcanzar la cima, evitando una vez más a los oportunistas, aunque al fin y al cabo se trataba de un lugar repleto de turistas y si no éramos nosotros, otros caerian. Desde la cima, las vistas eran impresionantes, realmente dignas de una fábula árabe, arquitectura y regadio en harmonía con el entorno. Tristemente habia que volver al microbús y de ahí el trayecto continuo, sin más sorpresas, hasta Marrakech, donde al fin pudimos descansar en nuestro hotel.